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La importancia fundamental de tener pensamientos positivos.

Por Antonio Las Heras

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A comienzos de la década de los ochenta del siglo XX fuimos unos cuántos quienes comenzamos a señalar la importancia de tener pensamientos positivos para desarrollar una vida sana en los tres aspectos que requiere la persona humana: lo biológico, lo psíquico y lo social. Si bien quienes concurrían a nuestros cursos, talleres, jornadas y conferencias o leían los artículos y libros que publicábamos se interesaron enseguida por tales ejercitaciones, hay que recordar que recibimos muchas críticas, sobre todo del campo académico y universitario. Digamos, “de los profesionales.” Hubo mucha resistencia para aceptar que según sean los pensamientos que uno alberga así habrá de acontecer su vida cotidiana. Pero, las evidencias – una vez más – se impusieron. Hoy tenemos certeza de cuán importante es enfrentar las dificultades, adversidades e imprevistos valiéndonos del pensamiento positivo. Pero, antes de seguir, dejemos bien en claro que “pensamiento positivo” no es dejar transcurrir los acontecimientos mientras se dice “ya las cosas pasarán”, “yo sé que todo será para bien” o frases por el estilo. Todo lo contrario, se trata de una actitud racional y comprometida. En nada asociada a conductas mágicas. Reflexionar, deducir, analizar los diferentes aspectos de un asunto; eso es pensamiento positivo. Tener en claro que por más negativa que sea una situación ha de tener un aspecto positivo para aprovechar. Pero, claro, sólo la persona que pone en práctica su inteligencia sabrá encontrar ese lado favorable y usarlo en su provecho.

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El pensamiento positivo disuelve las conductas emocionales e impulsivas de las cuales – por lo usual – tenemos que arrepentirnos. “Si lo hubiera pensado antes de hacerlo”, hemos escuchado lamentarse tantas veces. Nuestros padres y abuelos, en su sabiduría, nos enseñaron que las decisiones se toman “con la cabeza fría” queriendo – con eso – manifestar que no nos dejásemos llevar por enojos, rabietas y emotividades.

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La práctica del pensamiento positivo implica ser capaz de preguntarse: “¿Cómo podrá hacerse esto de otra forma?” “¿A quién puedo recurrir por ayuda que, realmente, tenga experticia en esto?” “¿Cuáles es el proceso que debo realizar para conseguir lo que me propongo?” Aplicar el pensamiento lógico suele ser el sendero para resolver muchas dificultades que nos habían estado produciendo ansiedad, angustia, frustración y, hasta, actitudes depresivas.

Racionalidad con creatividad y la dosis necesaria de intuición conforman los ejes del pensamiento positivo.

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La práctica de esta forma para enfrentar la vida otorga serenidad, confianza en uno mismo, evita la dispersión mental, disuelve el nerviosismo, propende a una toma adecuada de decisiones, soslaya la angustia y evita la ansiedad. De manera tal que brinda grandes beneficios para vivir en franca armonía con lo cual hasta mejoramos los mecanismos de defensa contra las enfermedades que, como ha comprobado la Medicina, son en su mayoría psicosomáticas. Dicho de otro modo: “el cuerpo es el campo de batalla de la mente.”

A continuación unas pocas constataciones dadas en este Siglo XXI sobre la importancia del pensamiento positivo para una vida biopsicosocial sana.

En 2007 la prestigiosa revista francesa Le Nouvel Observateur dedicó su tapa al psicólogo David Servan Schreiber quien aseguró que las enfermedades pueden curarse apelando a la psiquis de las personas. “Es sólo cuestión de dominar la mente”, expresó en la entrevista.

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“El cerebro puede cultivarse a través del sostén de una actividad mental intensa durante toda la vida. Las conexiones y redes neuronales se estimulan con la actividad mental … fundamentalmente aquello que implica creatividad, estrategias, imaginación… la lectura, el fomento de vínculos y hasta el amor recibido cambian físicamente nuestro cerebro”, explicaban en 2009 en el diario La Nación (Buenos Aires) Griselda Russo y Jorge Campos, entonces médicos del Servicio de Neurología Cognitiva, Neuropsiquiatría y Neuropsicología del Instituto Fleni.

En una edición del The New York Times de 2009 se entrevista a varios profesionales especializados en la conducta humana. “Si no quiere que suceda, ni lo piense”, es la síntesis del artículo. “El hecho de que venga a nuestra mente lo peor, en ciertas circunstancias, puede incrementar las posibilidades de que pase”, señala Daniel M. Wegner, psicólogo de la Universidad de Harvard.

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“Sabemos que lo que está en nuestras mentes puede influir en nuestros juicios y comportamientos simplemente por estar ahí, flotando en la superficie de la consciencia”, señala el psicólogo Jamie Arndt, de la Universidad de Missouri.

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Algo tan anhelado como es el sentimiento de felicidad resulta ser accesible a través del ejercicio del pensamiento positivo, pues tengo que tener en claro – lo que resulta producto de un análisis racional – sobre qué cosas me provocan bienestar, cuáles malestar, cuáles me permiten felicidad y cuáles no. Lo explicó bien el Dr. Patch Adams durante las sesiones del Human Capital Forum 2013: “No necesitamos ser dueños de algo para ser felices. Todo es consecuencia de una decisión. Es decirse a una mismo `voy a amar la vida`. No espero, podría o debería. Se trata de una intención. Y cuando uno está comprometido con esa intención, cuando ama la vida cada segundo, todo funciona.”

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En 2014 el diario Clarín (Buenos Aires) dedica dos páginas con explicaciones de expertos sobre el hecho de que “vivir preocupado hace mal: prueban que triplica el riesgo de infarto.” Y, ¿qué es preocuparse?, interrogamos nosotros. Pues bien, no es otra cosa que pensamiento negativo. Pre-ocuparse es “ocuparse antes de tiempo”, con antelación; sin ponerse manos a la obra para encontrar la solución requerida. Pero, claro, eso ya es “pensamiento positivo.” Las preocupaciones  – que son efectos de utilizar mal el pensamiento – afectan la relación biopsicosocial de la persona, favoreciendo diferente tipo de malestares. No sólo orgánicos sino también sociales puesto que la persona preocupada tiende a considerar todo negativo y la gente se va alejando de ella.

En ese mismo 2014, Estanislao Bachrach, doctor en Biología Molecular, explicaba: “Todo lo que pensamos y cómo pensamos, altera al cerebro.”

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Como lo explica la psicóloga Andrea Ricagno, quien se ocupa de ejercitar a los jugadores del Racing Club: “El cerebro tiene la capacidad de plasticidad, es entrenable. Cuánto más entrenamiento acumula, mayor rendimiento puede obtener.” Así también lo había dejado en claro – en 2009 – el psicólogo Louis Falik (experto en la teoría de la modificabilidad cognitiva) quien sentenció: “Ahora lo sabemos: el cerebro cambia si ejercitamos nuestra inteligencia. Probablemente sea el más plástico de todos nuestros órganos.”

De todo esto se desprende, de manera concreta y precisa, algo que ya – hace no menos de 2.500 años – afirmaron las escuelas de sabiduría (también llamadas iniciáticas) egipcias, griegas y romanas: lo que uno piensa termina concretándose. Ud. piensa “no podré” y – no lo dude – jamás podrá, pues con esa directiva está entrenando (programando) a su cerebro.

Imposible finalizar si recordar la frase con la cual se inicia ese antiquísimo libro titulado “Kybalion” que lleva la firma enigmática de “Tres Iniciados.” Afirma: “El Universo es mental.”

 

 

 

 

 

 

 

Inestabilidad e incertidumbre… Escribe el Prof. Dr. Antonio LAS HERAS

Inestabilidad e incertidumbre…

Escribe el Prof. Dr.  Antonio LAS HERAS

 

Las situaciones de inestabilidad, complejidad e incertidumbre aumentan día a día. Mucha gente sufre por esto, afectándole no sólo el cuerpo con enfermedades, en especial las llamadas psicosomáticas; sino que perturba su mente quitando claridad en el pensamiento, arruinando relaciones afectivas recién iniciadas o bien otras que parecían sólidas, establecidas desde años. También, en cantidad de ocasiones causa la destrucción de la familia. Sucede que desde poco antes de mediados del Siglo Veinte comenzó a vivirse un estado que podríamos llamar de “previsibilidad”. Así, por ejemplo, quien ingresaba a los doce años de edad – ni bien concluía la escuela primaria – como cadete a una empresa llegaba a jubilarse – cincuenta años más tarde – como gerente de ventas en el mismo establecimiento. Proyectar un futuro seguro – tanto a mediano como a largo plazo – parecía posible. Lo mismo sucedía con las relaciones estables y duraderas de la familia. Roles claramente determinados que parecían nunca modificarse. La gente se convenció así que la vida humana era previsible, edificada con certezas hacia el futuro y seguridades adquiridas para siempre. Estaba instalada la idea de que la sociedad continuaría desarrollándose de ese modo tranquilo y sin sorpresas donde los imprevistos quedaban reducidos a algo insignificante. Se formó lo que llamamos una “programación psíquica” o “esquema de comprensión mental”. Algo que, de ante mano, es dado por supuesto. Esto funciona de la misma manera que cuando una persona se encuentra convencida de que “no puede”, sin siquiera haber intentado. De ante mano, “siente” la seguridad de que “no puede” hacer tal o cual cosa. Y asegura esto a quien quiera oírlo sin, siquiera, haber realizado un mínimo intento. Ello se debe a que hechos de la vida sucedidos en relación a otras personas le llevan a la creencia de que tal cosa es de “esa manera” y no de otra. Así sucedió con una forma de vida que llevada por la mayoría de los argentinos hasta hace, relativamente, poco tiempo. Era la “creencia” de que existía la vida sin mayores sobresaltos era factible.  Pero no es así. A lo sumo puede decirse que por un lapso breve, una parte de la Humanidad pudo actuar de ese modo. Pero durante los milenios previos si algo hubo no fue ni seguridad, ni previsibilidad, ni estabilidad. Es más, si algo hay de esencial en la condición humana es su capacidad para resolver situaciones inesperadas, encontrar respuestas para enigmas como aquellos que hacía la Esfinge y sólo Edipo consiguió responder y superar exitosamente todo tipo de adversidades. Esto ningún animal puede realizarlo, sólo los humanos tenemos esa capacidad. El mayor privilegio humano es ser la única especie que puede despertar en la Tierra, cada mañana, y sentir satisfacción al pensar: “¡Qué nuevos desafíos venceré hoy!”. Tal capacidad creadora permite hallar respuestas a toda situación nueva o inesperada por más compleja que se presente. Si fuimos capaces de imaginarnos viajando por el espacio y, un buen día, vimos por televisión hombres caminando en la Luna, ¿cómo no vamos a tener pensamientos, ideas y la sensibilidad necesarias para solucionar nuestros problemas cotidianos que son mucho menos exigentes que viajar al espacio? La cuestión es que son demasiados – todavía – quienes tienen su mente “mal programada”. Están imbuidos en la “creencia” de que el bienestar es asegurar el futuro. Algo que, en verdad, es de cumplimiento imposible. “Lo único inmutable es la mutación permanente que tiene lugar en todo el Universo” sentencia el Yi King. Y, Carl Gustav Jung  afirmaba: “De la seguridad y el sosiego nunca surgió un conocimiento nuevo”. El hombre del Tercer Milenio debe tener la certeza de que la única seguridad posible es la de confiar en su capacidad creadora para encontrar – siempre – respuestas adecuadas en el diario desafío de vivir.

 

 

Antonio LAS HERAS es doctor en Psicología Social (UAJFK), magíster en Psicoanálisis (UAJFK), presidente de la Asociación Junguiana Argentina (AJA), docente universitario y director del Instituto de Estudios e Investigaciones Junguianas de la Sociedad Científica Argentina. Sus más recientes libros son: «La interpretación de los sueños y otros estudios junguianos» y «Sigmund Freud, Psicoanálisis y Parapsicología.»

www.antoniolasheras.com  

e mail: alasheras@hotmailcom

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Twitter: @LasHerasAntonio.

Tel.: 54 11 4371 4788

 

 

 

 

LA VIDA ES EL RESULTADO DE NUESTROS PENSAMIENTOS. Por el Prof. Dr. ANTONIO LAS HERAS

LA VIDA ES EL RESULTADO DE NUESTROS PENSAMIENTOS.
Por el Dr. ANTONIO LAS HERAS

Ahora es usual encontrar gente de ciencia participando en los medios masivos de difusión afirmando que son nuestros pensamientos los que determinan la vida que cada uno vive. «La mente domina la materia», afirmaron los Sabios de la Antiguedad. Quien esto escribe viene sosteniendo desde hace más de una década que, precisamente, «la vida es el resultado de nuestros pensamientos.» De allí que según uno piense de tal o cual manera habrá de ser la vida que le toque vivir. No se trata ni de destino, ni de azar, ni de cierta cifra prefijada; sino de qué piensa cada persona o bien qué es lo que no piensa.
El artículo que sigue a continuación fue escrito por mí y publicado a comienzos del año 2005. Su vigencia es permanente. Por eso, 11 años más tarde, vuelvo a publicarlo.

Un sordo (que no quería aceptar que era lo era) entró a un teatro buscando disfrutar de la audición del concierto que estaba por comenzar. Tomó asiento en las butacas del fondo de la enorme sala y – al comenzar la función – advirtió que nada oía. Entonces – incomodando a quienes ya estaban ubicados – fue a sentarse a las filas del medio. Pero allí tampoco logró su propósito. Luego, perturbando a otros más, fue a situarse bien cerca de la orquesta. Pero seguía sin lograr su propósito. Finalmente, visiblemente irritado, se arrimó al violinista. Pero seguía oyendo nada. Fue entonces cuando decidió retirarse del teatro protestando a la vez que afirmaba que la orquesta era malísima y que el teatro tenía una acústica fatal.
Conclusión: Cada quien forma su mundo según la forma en que piense puesto que vivimos ésta existencia de acuerdo a los esquemas de pensamiento que utilizamos. Si nuestra forma de pensar tiene fallas, nuestros actos serán defectuosos y así continuarán hasta que corrijamos nuestra manera de pensar.
«Todo es de acuerdo al color del cristal con que se mira».
Pero si bien los esquemas de pensamientos nocivos son habituales entre las personas normales, también hay que tener en cuenta que cada uno tiene la capacidad necesaria para provocar cambios que le permitan generar pensamientos nuevos y diferentes, originales, con los que resolver sus conflictos.
Las barreras que le impiden a la gente la concreción de tales modificaciones son los estados anímicos. Obstáculos psíquicos que limitan la aptitud para resolver problemas.
Mientras se suponga que tales causas son difíciles de eliminar, por supuesto que no habrá de conseguirse el objetivo positivo. Las cosas no son fáciles, ni difíciles; sólo aparecen así a la consciencia tal como un sediento ve espejismos en medio del desierto. La vida consiste en lo que un ser humano piensa durante todo el día. Si piensa en el éxito, crea el clima que favorecerá al éxito. Cuando piensa en el fracaso… ya está a dos pasos de él.
Los mal estados de ánimo que deben superarse son, básicamente, cinco: la falta de confianza en uno mismo, el resentimiento (¿cuántas veces se ha creído que el autor de «todos los males» es – exclusivamente – otra persona?), la culpa, (no se puede avanzar mientras se cargue con este pesado saco a cuestas), el remordimiento y la preocupación (que como el término claramente designa, implica empezar a ocuparse antes de tiempo, lo que es una manera de malgastarlo.)
Decía un sabio que la preocupación es como un hilo persistente de agua turbia que nos recorre todo el tiempo los vericuetos mentales. Si continúa, genera una corriente tan fuerte y descontrolada que arrastra a todos los pensamientos.
Siempre hay quienes se dedican a decir que habrá una nueva guerra que acabará con todos así como otros conjeturan que, posiblemente, se enfermen de cáncer porque su abuela acaba de morir de lo mismo. La mayor parte de los desastres y calamidades que tememos quizá nunca lleguen, pero lo que sí es seguro que pensándolos y martirizándose en modo alguno se contribuye a prevenirlos.
El secreto del triunfo no consiste en no caer, sino en levantarse siempre después de cada caída. La felicidad es un estado mental que no depende de los demás, sino de uno mismo. Tener serenidad en el espíritu y ejercer el razonamiento consciente, es haberse convertido en sabio sobre las cosas del mundo y la naturaleza. La serenidad es la verdadera potencia, es el secreto de todas las cosas y sólo en ella se encuentra el éxito de todo lo que se decida alcanzar.
«Somos tal como vamos siendo construidos por nuestros pensamientos; por lo tanto, cuidado con la forma en que pensamos y con aquello sobre lo que pensamos. Los pensamientos tienen vida… y llegan lejos», afirma Swami Vivekananda.

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social y magister en Psicoanálisis egresado de la Universidad Argentina John F. Kennedy, casa de altos estudios que lo distinguió (1998) con la Gran Cruz Kennedy «por sus investigaciones originales en Psicología Junguiana y Parapsicología.» Preside la Asociación Junguiana Argentina (AJA) Realiza cursos, jornadas y seminarios sobre desarrollo del poder mental y creación de pensamiento positivo. Tel.: 54 11 4371 5788 e mail: alasheras@hotmail.com

Esa triste necesidad de que todos te quieran… Escribe el Prof. Dr. Antonio LAS HERAS

Esa triste necesidad de que todos te quieran…

Escribe el Prof. Dr. Antonio LAS HERAS

Cada vez son más las personas que me expresan tristeza por no conseguir que todo su ámbito de relaciones les prodigue el afecto que aguardan recibir. “¿Por qué esas personas no me quieren?”, es la pregunta que usualmente escucho. A lo que continúa: “Estoy triste por que noto que no me quieren. No entiendo por qué son así.”

Se trata de personas que hacen cosas, tienen hijos y familia, trabajan; podría decirse que tienen una vida normal y, dentro de ello, satisfactoria. Empero, no pueden disfrutarlo de manera plena pues anhelan a que todo aquel a quien conocen o, por algún motivo, comparten algo, tiene que quererlos.

Llegado a este punto resulta imprescindible definir ¿a qué llaman tales sufrientes “ser queridos”? La respuesta es simple: Ser queridos, para quienes adolecen de estas situaciones, es sinónimo de aprobación. Lo que están pidiendo es ser aprobados, reconocidos; en modo alguno rechazados ni tampoco lo que el rechazo conlleva que es la separación y el aislamiento.

Todos sus logros se les aparecen como insuficientes y hasta pueden llegar a imaginar sus vidas tronchadas si no consiguen la aprobación – el querer – de todos cuántos les rodean; aunque se trate de personas lejanas a las que sólo encuentran muy de vez en cuando.

Esta situación es típico producto psicosocial del consumismo que transitamos. Y del cual, si somos psíquicamente adultos, hemos de hacer todo lo posible para evitar.

Que una cosa es el consumo de cuanto se torna menester para un vida de concreciones auténticas y otra muy distinta el consumismo que sólo invita a mantener enmascaramientos en superficie a efectos de ocultar el vacío existencial interno.

El consumismo persigue, precisamente, la quimérica condición de ser querido, admirado, apreciado por todos sin condición ni limitaciones.

A partir de allí – y siempre mediante el mágico arte (y por lo tanto engañoso y falso del ilusionista) del ejercicio del consumismo – se hace presuntamente posible mostrarse siempre joven, atlético, sonriente, contento, exhibiendo los últimos implementos de la tecnología y la moda del vestir e irradiando por las redes sociales fotos que los muestran generosos, alegres, viajeros a destinos obviamente vacíos, banales e inocuos.

Todo sea por que los demás los quieran mucho… De manera que lo que tenemos aquí, es esa triste necesidad de que todos los aprecien…

Y cuando se tiene la autoestima disminuida – asunto mucho más frecuente de lo que parece – es entendible que cualquier muestra de no ser querido afecte a la persona hasta el punto de perturbar su existencia.

Es la necesidad de incorporación al rebaño. De no distinguirse de entre los demás. De que todos aparezcan iguales o, al menos, se lo parezca en un engaño aceptado por los integrantes de dicho rebaño.

El consumismo – que diluyó la idea de persona, ciudadano e individuo – consigue así obliterar un aspecto esencial para la implementación y desarrollo de la condición humana, que es convertirse en alguien único e irrepetible. A diferencia de vegetales y animales, la persona humana – que cuenta con eso que los filósofos de la antigüedad llamaron “chispa divina” – está capacitada para crear, diferenciarse, elegir caminos únicos, atreverse hacia horizontes nunca antes frecuentados. Merced al ejercicio de esto, la Humanidad abandonó hace milenios las cavernas para construir todo cuanto hoy conocemos. Consumismo incluido.

De manera tal que muy bienvenido que haya personas que no estén de acuerdo con nuestras formas personales de proceder. Así como otras las han de hallar favorables. Tales situaciones evidencian que estamos construyéndonos como reales humanos y no como zombies llevados por la uniformidad consumista.

A todos quienes me consultan sobre estos temas les recuerdo aquel poema escrito por Baltazar Gracián y Morales (nacido en Belmonte de Gracián, Calatayud, Zaragoza; 8 de enero de 1601 y fallecido en Tarazona, Zaragoza; 6 de diciembre de 1658); sabio sacerdote jesuita y escritor del período barroco español; autor de El HéroeEl políticoEl discretoEl criticónOráculo manual y arte de prudencia, entre otras obras que merecen detenida lectura.

Baltazar Gracián (nombre con el que ha pasado a la historia) es el autor del siguiente poema que deja bien en claro por qué motivo es muy importante para quienes apreciamos vivir la condición humana plena, tener gente que no nos quiera, que nos critique malamente (la crítica objetiva siempre es bienvenida) y hagan habladurías (chusmeríos) a nuestras espaldas.

Los invito a reflexionar sobre los versos del poema:

“Triste cosa es no tener amigos,

pero más triste debe ser no tener enemigos,

porque quien enemigos no tenga, señal de que no tiene:

ni talento que haga sombra,

ni valor que le teman,

ni honra que le murmuren,

ni bienes que le codicien,

ni cosa buena que le envidien.”

 

 

Antonio LAS HERAS es doctor en Psicología Social y magíster en Psicoanálisis (UAJFK) Profesor universitario. Miembro Honorario de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Cofundador y actual presidente de la Asociación Junguiana Argentina (AJA). Autor del best seller “Permiso para una vida mejor” (Editorial Atlántida)

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