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¿ES POSIBLE NO MORIR?

Por Antonio Las Heras

Mientras transitamos este siglo XXI, comprobamos que la expectativa de vida aumenta de manera significativa década tras década y que la vida útil se mantiene en edades que nuestros padres y abuelos ni hubieran imaginado. La Organización Mundial de la Salud (OMS) informa que la mitad de quienes nacieron desde 2010 en adelante, llegarán a vivir cien años; o aún más.

Todo esto nos interpela sobre la posibilidad que tiene – o no – el ser humano para alcanzar una longevidad extraordinaria y, con ello, surge de manera ineludible la pregunta sobre si la muerte es un destino ineludible o existe alguna perspectiva de que así no sea.

Para reflexionar al respecto, traemos algunos párrafos de la entrevista que, en 1926, el escritor George Sylvester Vierck realizara a Sigmund Freud (1856/1939), el padre de la moderna Psicología de lo Inconsciente y creador del Psicoanálisis.

En varios momentos de la misma, el médico vienes efectúa declaraciones en el sentido de que lo que entendemos por “muerte” bien podría ser un situación evitable. En ese caso, ¿se estarían abriendo las puertas a la eternidad? ¿Es esto posible?

Ya en alguno de sus trabajos Freud hubo señalado que el hecho de que los humanos morimos bien podía ser un asunto estadístico y no, necesariamente, un destino ineludible.

De aquella entrevista, transcribimos los párrafos más relevantes para el asunto que aquí nos ocupa.

“Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Así como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, así también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, toda materia viva, consciente o inconscientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan en nuestro interior.”

“La muerte es la compañera del amor. Ellos juntos rigen el mundo. Esto es lo que dije en mi libro `Más allá del principio del placer`, en el comienzo del Psicoanálisis se suponía que el amor tenía toda la importancia. Ahora sabemos que la muerte es igualmente relevante. Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, cesar con la «fiebre llamada vida». El deseo puede ser encubierto por digresiones, no obstante, el objetivo último de la vida es la propia extinción.”

“En todo ser normal, la pulsión de vida es lo bastante fuerte como para contrabalancear la pulsión de muerte pero, al final, ésta resulta más intensa. Podemos entretenernos con la fantasía de que la muerte nos llega por nuestra propia voluntad. Sería más factible que no pudiéramos vencer a la muerte porque en realidad ella es un aliado dentro de nosotros. En este sentido puede ser justificado decir que toda muerte es un suicidio disfrazado.”

Amerita reflexionar sobre estos dichos freudianos. La existencia de dos fuerzas en pugna – vida y muerte – en el psiquismo humano resultan – hoy por hoy – absolutamente reales. En ese caso, ¿por qué tiene que triunfar la autodestrucción? Cuando Freud señala que “toda muerte es un suicidio disfrazado” nos recuerda a esa médica europea, con medio siglo de experiencia, que hace pocos años manifestó “no conozco una sola persona que haya muerto de muerte natural.”

El psiquiatra y creador de la Psicología Compleja, Carl G. Jung (1875/1961) también observó que en el psiquismo humano habita la idea de una inmortalidad terrena. Lo que denominó búsqueda del Arquetipo del Paraíso Perdido y Arquetipo de la Fuente de Juvencia, van en ese sentido. Un saber íntimo, presente en cada persona humana, de que existe cierta posibilidad de que nuestra vida en la Tierra se prolongue casi de manera indefinida.

Ciertos hechos, debidos al desarrollo actual de la Ciencia y la tecnología apuntan en ese sentido. Aunque haya pasado casi desapercibido – por ocurrir hacia el final de la pandemia – la Medicina logró trasplantar el corazón de un cerdo especialmente preparado a un humano. Sobrevivió apenas dos meses. No es para desalentarse: lo mismo ocurrió con el primer trasplante (3 de diciembre de 1967) de corazón de un humano a otro, que realizara Christiaan Barnard (1922/2001) Hoy los trasplantes de corazón, de un humano a otro, son cosa cotidiana y la sobrevida – en condiciones normales – puede prolongarse por años y años.

En octubre de 2021, un grupo de científicos logró unir temporalmente un riñón de cerdo en un cuerpo humano y observaron que comenzaba a funcionar. Notable pequeño avance en la búsqueda por utilizar órganos de animales en trasplantes para prolongar vidas humanas.

Y, por otro lado, téngase en cuenta lo avanzados que están los experimentos realizado por la empresa Neuralink (propiedad del hipermillonario Elon Musk) para incorporar chips al cerebro humano conectándolo – sin cables, por supuesto – a todo el sistema mundial de computación. La capacidad de nuestra mente se abriría rumbo a horizontes insospechados aún.

José Luis Cordeiro, profesor en la Singularity Universirty de Silicon Valley, afirma que el progreso tecnológico permitirá acabar con el envejecimiento. «En 2045, el hombre será inmortal», comenta con todo certeza. Y agrega: “En poco más de 30 años, ninguna enfermedad podrá acabar con la especie humana pues el envejecimiento es una enfermedad curable.»

En una de sus recientes conferencias, ofrecida a jóvenes investigadores, terminó diciendo: «En los próximos 30 años vamos a curar todas las enfermedades y ustedes son parte de la primera generación inmortal humana.» «Por cada año que vives vas a vivir uno más, lo que supone vivir indefinidamente», aclaró.

Por su parte el gerontólogo biomédico inglés Aubrey de Grey, se muestra convencido de que ya está entre nosotros la primera persona que va a vivir mil años.

La posibilidad de retrasar el envejecimiento tiene mucha aristas, por lo que la Gerontología busca – trabajando de manera interdisciplinaria – descubrir la forma de modular este proceso y extender el periodo de vida, entender la relación entre envejecimiento y enfermedad para poder contribuir a alcanzar una vida larga, productiva y saludable, expresó el Dr. Silvestre de Jesús Alavez Espidio, Jefe del Área de Fisiología Integrativa y Sistemas de la Universidad Autónoma Metropolitana, Campus Lerma, durante su conferencia con el tema “¿Es posible retrasar el envejecimiento?”, en el marco de la VIII Semana de Neurociencias y Semana del Cerebro 2022.

De manera tal que, en lo que hace al aspecto orgánico, las posibilidades de una vida humana tan prolongada que pueda definirse como “inmortal” tiene bases firmes para sostenerse. La cuestión vuelve a ser, otra vez, la de los contenidos de nuestro psiquismo. Que nuestros pensamientos así como los contenidos inconscientes no vayan en contra de tanto avance científico y tecnológico.

¿Tan desconformes estamos con lo realizado en nuestra existencia para, llegado cierto momento, desde lo inconsciente, activar aquellos mecanismos necesarios para provocar la propia extinción orgánica? De ser esto así, entonces no sólo hay que atender a las cuestiones físicas y químicas del cuerpo sino – y muy en especial – a lo que habita en nuestro psiquismo. En lo más profundo. Fuera del alcance directo de la consciencia. Allí donde surgen los deseos, las necesidades, las frustraciones, las angustias, la ansiedad y – tan en boga últimamente – las actitudes depresivas.

La decisión concreta sobre cuánto durará la vida y cuál será la calidad de ella queda – entonces – en cada uno de nosotros. Recordemos que eso que siempre se ha llamado “destino” no es otra cosa que el resultado de las decisiones que tomamos tanto como las que no tomamos.

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, magister en Psicoanálisis. “Atrévete a vivir en plenitud”, es su más reciente libro. http://www.antoniolasheras.com

Descubrí dónde está el Infierno

Por Antonio Las Heras

He descubierto que el Infierno existe e, inclusive, estoy en condiciones de describirlo y señalar dónde se encuentra. Pero lo asombroso de mi hallazgo es haber podido determinar que tan terrible ámbito se halla en este Universo; más precisamente… previo a los últimos instantes de ésta vida misma que, ahora, nos encontramos desarrollando.

Es innecesario aguardar a desencarnar para constatar si el Infierno existe. ¡De ningún modo! La comprobación puede conseguirla cualquiera de nosotros, con sólo estar en esos momentos que anteceden a la finalización de la existencia. O bien, cuándo se atraviesa un estado tal que compromete la continuación de ésta vida terrestre y tan humana.

Ocurre que, por lo que se ha podido comprobar, el Infierno es un momento breve, terrible, al que ninguno quisiera llegar pero que, sin embargo, lo normal es que los humanos hagamos todo lo posible para terminar frente a sus puertas. Reitero: ¡en ésta vida! O, mejor aún; en lo que vendría a ser las postrimerías de esta vida.

Allí, cuando se toma consciencia de que pronto el alma abandonará al cuerpo; en esos instantes en que todavía es posible pensar, deducir, razonar; cuando surge una lúcida y vívida memoria por la cual la persona comienza a recordar todo su tiempo pasado. Eso que solía llamarse “memoria fílmica”; cual si una película documental de la propia vida estuviera pasando ante la atónita y asombrada mirada del moribundo.

Allí, en esa comprensión de que ya no hay “segunda chance”, de que no habrá tiempo para hacer todo aquello cuánto fue pospuesto, a pesar del deseo que hubo de realizarlo – cuando la mente permite, aún, darse cuenta del tiempo mal gastado – entonces ese momento es el real Infierno.

El Infierno que se encuentra fuera de cualquier idea creencial o de pertenencia religiosa. El Infierno que uno mismo se ha provocado, en ese momento tan crucial que ha de ser el previo a la muerte, por haberse ocupado – principalmente – en la mayor parte de la vida, de asuntos que – frente al desencarnar – aparecen tan triviales e intrascendentes.

 Infierno que corresponde a la intensa e inenarrable angustia de advertir que se ha pasado en balde por la vida. Pues no se hicieron las cosas que eran necesarias, sobre todo habida cuenta de que siempre se entendió que había que realizarlas. Pero, en fin, fueron siendo dejadas para un futuro tal, que nunca llegó. Por lo que se manifiesta esta metáfora infernal que es advertir que ya no podrá hacerse.

De allí que tantas personas tras atravesar por un estado de muerte clínica, deciden modificar sus vidas, mucha veces cambiándolas por completo. Esas son las excepciones de quienes sí consiguieron una segunda oportunidad y decidieron aprovecharlas.

Mas si nos interesa referenciar esto desde el enfoque científico, tal vez nada más revelador que lo escrito por la médica suiza Elisabeth Kübler-Ross (1926/2004) quien alcanzara fama internacional (junto con el Dr. Raymond Moody) por sus estudios sobre los momentos finales de la existencia humana. En su libro “La rueda de la vida”, leemos: “Mis pacientes moribundos me enseñaron mucho más que lo que es morirse. Me dieron lecciones sobre lo que podrían haber hecho, lo que deberían haber hecho y no hicieron hasta que fue demasiado tarde, hasta que estaban demasiado enfermos o débiles, hasta que ya eran viudos o viudas. Me enseñaron sobre las cosas que tenían verdadero sentido, no sobre cómo morir, sino sobre cómo vivir.”

Inmejorable manera de hacernos comprender de qué forma puede evitarse ingresar al Infierno cuando se transitan los últimos momentos de la vida. Seguramente, lo ideal es llegar a esos inevitables instantes pudiendo titular como Pablo Neruda su último libro: “Confieso que he vivido.”

Y ya que hablamos de poetas, vemos lo que ellos nos advierten al respecto. El grupo de rock Creedence Clearwater Revival, allá en la mítica década del setenta, impuso una canción titulada “Algún día nunca llega.” El conjunto musical argentino Vivencia, en un tema de los años ochenta, dice: Preocupaciones importantes te han alejado de lo simple y natural que tanto amaste.”

A buen entendedor, pocas palabras para no ingresar a ese Infierno…

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, magíster en Psicoanálisis, filósofo y escritor. Su más reciente libro es “Psicología Junguiana”, Editorial Astrea (Buenos Aires.) e mail: alasheras@hotmail.com

ASOMBROSOS LABERINTOS DE LA MENTE HUMANA

Una historia con el médico argentino Domingo Liotta – creador del corazón artificial – como protagonista.

Por Antonio Las Heras

Si bien ya los sabios de la Antigüedad habían deducido que existe en lo humano algún tipo de función que nos permite producir procesos de invención, creación y descubrimiento vedados a las demás especies, fue – recién a comienzos del Siglo XX – Sigmund Freud quien, al describir la existencia de un aspecto en la mente humana – al que llamó “inconsciente” – lo que nos permitió comenzar a comprender la naturaleza y funcionamiento de tales procesos mentales.

De manera tal que “lo inconsciente” – de naturaleza no física – sería el reservorio de lo reprimido y censurado. Para decirlo de una manera accesible a todos: ¿dónde están esos recuerdos que hemos olvidado, pero que – de pronto, en cierta ocasión – volvemos a acordarnos de ellos? ¿Por qué a través de hipnosis regresiva podemos llevar a la consciencia hechos – tanto reales como imaginarios – que no recordábamos? Despertamos y tenemos consciencia de que hemos tenido unos sueños que nos conmovieron. Empero no recordamos en qué consistieron, ni qué pasó en ese universo onírico. Están reprimidos. No perdidos. Se encuentran en “lo inconsciente.”

Ahora bien, eso que estamos denominando “lo inconsciente”, ¿tiene alguna preponderancia en las decisiones conscientes que tomamos?, tanto lo que hacemos cuánto lo que no hacemos así como la manera en que encaramos las situaciones ¿están condicionados por lo inconsciente?

Desde Sigmund Freud pasando por el sabio suizo Carl G. Jung hasta nuestros días, ha quedado comprobado – aunque a muchos les resulte asombroso e increíble – que prácticamente todo cuánto constituye nuestra vida cotidiana se encuentra influenciado – por no utilizar un término más drástico: “decidido” –  por esos aspectos psíquicos inconscientes.

Como ejemplo de cómo funciona esto en la mente humana, vamos a dar un caso que nos toca muy de cerca, pues se trata de un argentino de fama y prestigio científico mundial.

El protagonista de nuestra historia – hijo de inmigrantes italianos – nació el 29 de noviembre de 1924 en Diamante, entonces un pequeño pueblo de la provincia de Entre Ríos. Cursó la escuela primaria en el Colegio Independencia de su lugar natal y la secundaria en el Colegio Justo José de Urquiza situado en la cercana localidad de Concepción del Uruguay.

Aquel joven deseaba continuar estudiando. Concurrir a la universidad. Convertirse en un ejemplo más de “m´hijo el dotor.” Pero no era posible pues la familia carecía de recursos económicos. Con perseverancia y esfuerzo, al fin lo logró. Merced a una beca del gobierno pudo ingresar a la Universidad Nacional de Córdoba donde egresó como médico y en 1953 obtuvo el doctorado. Enseguida desarrolló una técnica para el diagnóstico precoz del tumor en páncreas y todo hizo suponer que, por esos temas, continuaría su vida profesional. Pero no fue de ese modo.

Por razones políticas, se vio obligado a emigrar a Europa, donde continuó trabajando exitosamente en Medicina. Pero cambió de especialidad. Algo lo llevó a convertirse en cardiocirujano.

En 1958 regresó a la Argentina y a Córdoba. Entonces comenzó a realizar los trabajos que lo llevaron a construir el primer corazón artificial que haya habido en el mundo. El éxito fue tal que en 1961 fue contratado por el Baylor College of Medicina (Houston, E.E. U.U.) como director del programa para corazones artificiales del célebre Michael E. DeBakey.

Aquel niño, lleno de sueños, fantasías y esperanzas, nacido en medio de la campiña, hijo de inmigrantes, era – ahora – un destacado profesional de prestigio mundial. Aún vive. Aquí, en la Argentina. Tiene 97 años de edad. Sigue activo. Se llama Domingo Santo Liotta.

Todo esto es muy importante, claro está. Lleva a preguntarse ¿cómo alguien que nació en condiciones aparentemente tan adversas para convertirse en científico de reconocimiento mundial llegó a serlo? Empero lo que deseamos destacar es otra cosa. Mucho más sorprendente, a nuestro juicio.

Por que sucede que cuando Liotta visitó Concepción del Uruguay para recibir el doctorado honoris causa de la universidad que allí funciona, se lo invitó – también – a recorrer el establecimiento donde hizo sus estudios secundarios. En un momento del recorrido por el establecimiento, el bibliotecario sorprendió al científico al extraer de los archivos un escrito realizado por aquel adolescente durante el año en que obtuvo su título de bachiller. Un escrito que Liotta de ningún modo recordaba. Un escrito que parecería imposible de ser redactado por un niño en aquel 1941. Tiempos sin televisión, sin redes sociales, sin viajes a la Luna, sin satélites espaciales… comunicado con el mundo sólo a través de la radio y de leer algún diario porteño que llegaba con alguna demora.

Domingo Liotta, el cirujano entrerriano que creó el primer corazón artificial

Lo sorprendente y relevante de ese trabajo obra del adolescente Liotta es que se refiere a la realización de un corazón artificial que se usaría en personas a las cuales el corazón propio ya no les funcionaba bien. ¡Esa era la fantasía desarrollada por aquel Liotta de, apenas, 17 años de edad. Fantasía que, luego, se borró de su consciencia; pero que permaneció agazapada en lo inconsciente hasta manifestarse en un momento determinado. De manera que vale afirmar que lo realizado como científico no fue otra cosa que concretar aquella construcción imaginaria de su adolescencia. Parecería una prueba inequívoca de que el psiquismo inconsciente guía nuestros pasos.

¡Vaya ejemplo de la existencia de asombrosos laberintos en la mente humana!

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, magíster en Psicoanálisis, parapsicólogo, filósofo, y escritor. Presiden el Instituto Humanístico del Río de la Plata. e mail: alasheras@hotmail.com  Whats App 54 9 11 4949 2850