Por Antonio Las Heras.
Se encuentra fuera de las habituales rutas que frecuentan los turistas que visitan Israel. Un cartel, a la vera de la solitaria ruta, nos informa que hemos llegado al Monte Sodom. Es el momento de descender el auto y, a pié, comenzar a escalar. Caminar por éstas regiones que, según se afirma, estuvieron Sodoma y Gomorra, es algo que puede hacerse tranquilo, sin apuros, libres para caminar, asombrarnos, investigar, tomar fotografías… y sentarnos a la vera de esas extrañas formaciones pétreas para preguntarnos ¿qué pudo haber provocado este singular paisaje de devastación absoluta?
En el Antigüo Testamento; más precisamente en Génesis (19: 24-25), leemos: “Entonces el Señor hizo llover desde los cielos azufre y fuego de parte del Señor sobre Sodoma y Gomorra. Y trastornó aquellas ciudades, toda la llanura con todos los habitantes de las ciudades y las plantas de la tierra.” Toda la región fue devastada en breve lapso, la mujer de Lot quedó convertida en estatua de sal así como él y los que Jehová consideró justos, pudieron huir sin dificultades.
Caminar entre las formaciones rocosas donde, por doquier, aparecen huecos, rajaduras profundas, pequeñas cavernas y raras figuras, provoca singulares emociones indescriptibles, intransmisibles. Hay que estar aquí. Y vivirlo.
No se requieren grandes conocimientos para – con sólo hacer un breve recorrido – darse cuenta que “algo”, muy extraño, sucedió en este lugar. Paredes de piedras vitrificadas, perfectamente verticales, cuyo fin se pierde a la vista. El viejo truco de tirar una piedra para escuchar cuándo impacta en la base, angustia aún más… porque el sonido demora – demasiado – en llegar. No hay duda que la grieta es muy profunda.
Sodoma y Gomorra estuvieron erigidas en el Valle del Sodom, al suroeste del Mar Muerto.
Ahora, toda la zona es un lugar desértico, desolado, con montañas constituidas principalmente por sal que aparece desparramada – a la vista – en toda la superficie del amplio terreno.
Algo lúgubre flota en este sitio dónde los días son bañados por rayos solares que elevan las temperaturas y que, cuando asoman las estrellas, se enfría por las bajas temperaturas. Las densas aguas del Mar Muerto y las montañas secas, heridas de colores intensos, sirven de límites.
Recientes investigaciones de la Universidad Hebrea de Jerusalén, permitieron comprobar que, en el Monte Sodom, existe una cueva de sal – constituida por retorcidos túneles – que la hacen la más extensa conocida en el mundo hasta hoy: diez kilómetros.